jueves, 17 de junio de 2010

Diagnóstico evidente

Caso real.

Un cliente llegó un día a mi consulta con toda la familia. Vino el padre, la madre, la abuela y dos chiquillos de entre nueve y doce años. Traían a su mascota y se les veía visiblemente preocupados por ella. Les hice pasar a la sala de consulta y tras acomodarse en las sillas les pregunté acerca de la enfermedad de su mascota. Se trataba de una tortuga de agua de orejas rojas, era pequeña, no tenía más de un año y estaban muy preocupados porque hacía más de quince días que no comía, les comenté que no estuvieran intranquilos por eso ya que estábamos en invierno y es normal que los quelonios hibernen y durante ese periodo disminuya mucho la ingesta de comida o incluso dejen de comer. Les interrogué acerca de la dieta de la tortuga y de las condiciones en que se encontraba ya que la mayoría de las patologías de estos animales se debe a problemas de manejo. Tras un buen rato de conversación la abuela preguntó si es que no iba a ver a la tortuga de sus nietos.
—Perdón —me disculpé—. Ignoraba que la hubieran traído, no la he visto. Si quieren sacarla y ponerla en la camilla ahora mismo la exploraré.
Me estaba acercando a la mesa de exploración cuando supe que algo no andaba bien. Uno de los hijos, el mayor, sacó una bolsa de plástico transparente y la colocó encima de la mesa. La bolsa contenía, evidentemente, una tortuga. Miré incrédulo a la bolsa y a la familia y al momento el padre me informó.
—Verá usted, ya se que le parecerá extraño traerla en una bolsa de plástico pero es que hace como una semana que huele muy mal. Y eso —apostilló— que le cambiamos el agua todos los días.
—Pero eso no es nada normal.
—Por eso estamos aquí —terció la abuela—. Ya le han dicho que está mala.
—Mamá, por favor, no interrumpas —la madre regañaba a la abuela igual que a sus hijos— Disculpe doctor, pero es que toda la familia estamos muy afectados por lo que le pasa a Dorothy, no queremos que se muera y nos parece que está muy malita, ya ve, no come, no se mueve y huele un poco mal.
—No se va a morir, ¿verdad doctor? —la abuela parecía realmente preocupada.
Por un momento no sabía si me estaban tomando el pelo, parecían una gente normal y sin embargo no se daban cuenta de lo evidente. No obstante decidí mantener la compostura y continuar la exploración. Me puse guantes y mascarilla, abrí la bolsa y a pesar de la mascarilla noté el olor a carne putrefacta, exploré el cadáver y comuniqué lo evidente.
—Verán, hay varios signos que cercioran la muerte, pero uno de los más evidentes e inequívocos es la putrefacción, y su tortuga ya está en ese estado. Hace quince días que no come y no se mueve, la musculatura está friable y el olor putrefacto es penetrante. Dorothy está muerta, es más, probablemente llevé mas de una semana muerta.
No estaba preparado para lo que ocurrió entonces. Los niños empezaron a llorar, la abuela casi tiene un ataque de ansiedad mientras la madre la calmaba entre sollozos y el padre me miraba con ojos cargados de furia. Al tiempo que recogía a su Dorothy en la bolsa de plástico me dijo:
—Es usted muy bruto, hay que ser un poco más sensible para dar determinadas noticias. No obstante nos llevamos a Dorothy, buscaremos una segunda opinión.
Y salieron todos de la consulta, entre sollozos, pero sin despedirse ni, por supuesto, abonar mis honorarios.
Nunca he sabido si me tomaron el pelo o si realmente no se habían dado cuenta de que su tortuga estaba muerta.