lunes, 2 de agosto de 2010

Cinturon de castidad

Llamada real a mi consulta esta mañana.
-Hola buenos días
-Buenos días
-Estoy buscando una cosa que está inventada y existe porque lo he visto en Internet
-Digame
-Un cinturón de castidad para perras ¿tiene?
Tonto de mi he pensado que se refería a las braguitas para perras, pero por si acaso le pregunto
-Exactamente que entiende usted por cinturon de castidad
-Pues lo que viene siendo un cinturón de castidad, lleva una serie de correajes y una especie de tela metálica que impide el acceso del macho.
Atónito le pregunto:
-¿pero lleva candado o cerradura con llave para que no se lo quite?
-No hombre no, eso va bien sujeto y las correas van bien ajustadas. Pero ¿tiene o no?
-Pues no, no tengo, pero ¿porque no la opera?
-Pues porque eso sería mutilarla y yo no soy un animal.

jueves, 17 de junio de 2010

Diagnóstico evidente

Caso real.

Un cliente llegó un día a mi consulta con toda la familia. Vino el padre, la madre, la abuela y dos chiquillos de entre nueve y doce años. Traían a su mascota y se les veía visiblemente preocupados por ella. Les hice pasar a la sala de consulta y tras acomodarse en las sillas les pregunté acerca de la enfermedad de su mascota. Se trataba de una tortuga de agua de orejas rojas, era pequeña, no tenía más de un año y estaban muy preocupados porque hacía más de quince días que no comía, les comenté que no estuvieran intranquilos por eso ya que estábamos en invierno y es normal que los quelonios hibernen y durante ese periodo disminuya mucho la ingesta de comida o incluso dejen de comer. Les interrogué acerca de la dieta de la tortuga y de las condiciones en que se encontraba ya que la mayoría de las patologías de estos animales se debe a problemas de manejo. Tras un buen rato de conversación la abuela preguntó si es que no iba a ver a la tortuga de sus nietos.
—Perdón —me disculpé—. Ignoraba que la hubieran traído, no la he visto. Si quieren sacarla y ponerla en la camilla ahora mismo la exploraré.
Me estaba acercando a la mesa de exploración cuando supe que algo no andaba bien. Uno de los hijos, el mayor, sacó una bolsa de plástico transparente y la colocó encima de la mesa. La bolsa contenía, evidentemente, una tortuga. Miré incrédulo a la bolsa y a la familia y al momento el padre me informó.
—Verá usted, ya se que le parecerá extraño traerla en una bolsa de plástico pero es que hace como una semana que huele muy mal. Y eso —apostilló— que le cambiamos el agua todos los días.
—Pero eso no es nada normal.
—Por eso estamos aquí —terció la abuela—. Ya le han dicho que está mala.
—Mamá, por favor, no interrumpas —la madre regañaba a la abuela igual que a sus hijos— Disculpe doctor, pero es que toda la familia estamos muy afectados por lo que le pasa a Dorothy, no queremos que se muera y nos parece que está muy malita, ya ve, no come, no se mueve y huele un poco mal.
—No se va a morir, ¿verdad doctor? —la abuela parecía realmente preocupada.
Por un momento no sabía si me estaban tomando el pelo, parecían una gente normal y sin embargo no se daban cuenta de lo evidente. No obstante decidí mantener la compostura y continuar la exploración. Me puse guantes y mascarilla, abrí la bolsa y a pesar de la mascarilla noté el olor a carne putrefacta, exploré el cadáver y comuniqué lo evidente.
—Verán, hay varios signos que cercioran la muerte, pero uno de los más evidentes e inequívocos es la putrefacción, y su tortuga ya está en ese estado. Hace quince días que no come y no se mueve, la musculatura está friable y el olor putrefacto es penetrante. Dorothy está muerta, es más, probablemente llevé mas de una semana muerta.
No estaba preparado para lo que ocurrió entonces. Los niños empezaron a llorar, la abuela casi tiene un ataque de ansiedad mientras la madre la calmaba entre sollozos y el padre me miraba con ojos cargados de furia. Al tiempo que recogía a su Dorothy en la bolsa de plástico me dijo:
—Es usted muy bruto, hay que ser un poco más sensible para dar determinadas noticias. No obstante nos llevamos a Dorothy, buscaremos una segunda opinión.
Y salieron todos de la consulta, entre sollozos, pero sin despedirse ni, por supuesto, abonar mis honorarios.
Nunca he sabido si me tomaron el pelo o si realmente no se habían dado cuenta de que su tortuga estaba muerta.

martes, 12 de enero de 2010

¿Tiene grifos de ducha?

Caso real.

Mi consulta ocupa un local comercial de alquiler que antes fue ocupado por una academia de baile y anteriormente por una óptica. Es por esto que no es infrecuente que lleguen algunos clientes despistados preguntando por unas gafas con cristales progresivos o por el precio de un curso de salsa. Sin embargo el nivel de despiste de la persona que os voy a contar era mayúsculo. Más que eso, el caso de esta persona evidencia un mal común a nuestros días: la incapacidad para escuchar a los otros que padecemos la mayoría de nosotros en mayor o menor medida.

En la época en que esto sucedió la clínica tenía una entrada con escaparates a los lados y los teníamos decorados con unos troncos de madera donde se apoyaban, como dejados caer, los collares y correas de paseo para los perros. La decoración daba el aspecto más de una tienda de artículos de caza que de una clínica veterinaria, pero, sea como fuere, era evidente que se trataba de un comercio relacionado con animales de compañía. Esa tarde llamaron al timbre y al abrir la puerta entró un hombre, no muy alto, de mediana edad, vestido con traje y corbata que entró mirando a los lados como buscando algo.
—Buenas tardes —saludé— ¿En qué puedo ayudarle?
Él me contestó sin casi dirigirme la mirada. Seguía buscando Dios sabe qué entre los sacos de pienso para cachorros:
—Buenas tardes. Quería un grifo de ducha, pero de esos que permiten regular la temperatura del agua.
Me quedé perplejo. Después de unos años de trabajo cara al público uno aprende a no sorprenderse por nada, pero cuando esto ocurrió yo apenas llevaba trabajando un par de años y todavía era un novato en cuanto a la complejidad humana.
—Lo siento pero creo que se confunde…
—No, no me confundo. Mi vecino tiene uno y se que existen, puedes poner que el agua te salga a la temperatura que quieras.
—No quiero decir que se confunda en eso. Lo que intento decirle es que se confunde de local. Esto es una clínica veterinaria. Aquí no vendemos productos de fontanería.
El cliente me miró por primera vez y su mirada parecía decir “el que te confundes era tú. Claro que vendéis grifos de ducha” En lugar de eso dijo:
—Como que no. Y paseó la mirada de lado a lado de la tienda buscando algo para demostrarme que yo estaba equivocado y que realmente sí vendía productos de fontanería. Como es normal sólo encontró comida para perros y gatos, juguetes y golosinas. Yo esperaba pacientemente a que se diera cuenta de su error y con un “lo siento” abandonara el local. En lugar de eso pasó al ataque.
—Pero antes aquí había una tienda de fontanería.
—Creo que se confunde nuevamente, antes aquí había una academia de baile.
—Pero antes…
—Antes había una óptica
—Antes…
—Una tienda de golosinas y antes hubo una carpintería. Creo que aquí nunca hubo una tienda como la que busca usted.
—Sin embargo estoy seguro de que aquí, hasta hace poco, había una ferretería.
No me interesaba seguir con la discusión de modo que decidí atajarla.
—No se lo que usted creía, y estoy dispuesto a admitir que tiene usted razón y que antes había una ferretería. Pero lo cierto y verdad es que ahora mismo esto es una clínica veterinaria y salvo que usted tenga algún animal enfermo o desee comprar algo para su mascota esta conversación debe terminar aquí.
Para dar más énfasis a mis palabras pulsé el botón que abría la puerta de la clínica para que el zumbido actuara a modo de punto final. Funcionó ya que el cliente dijo un escueto “está bien” y se dirigió hacia la puerta, cuando ya estaba a medio salir con la puerta entreabierta se giró, me miró y me preguntó muy serio:
—Pero entonces ¿Tampoco va a recibir de esos grifos especiales?
Me rendí. He de reconocerlo, aquél hombrecillo vestido de traje pudo conmigo, así que transigí y dije suspirando:
—No, no vamos a recibir.
—Pues podía haber empezado por ahí —dijo a modo de despedida al tiempo que se cerraba la puerta.