martes, 12 de enero de 2010

¿Tiene grifos de ducha?

Caso real.

Mi consulta ocupa un local comercial de alquiler que antes fue ocupado por una academia de baile y anteriormente por una óptica. Es por esto que no es infrecuente que lleguen algunos clientes despistados preguntando por unas gafas con cristales progresivos o por el precio de un curso de salsa. Sin embargo el nivel de despiste de la persona que os voy a contar era mayúsculo. Más que eso, el caso de esta persona evidencia un mal común a nuestros días: la incapacidad para escuchar a los otros que padecemos la mayoría de nosotros en mayor o menor medida.

En la época en que esto sucedió la clínica tenía una entrada con escaparates a los lados y los teníamos decorados con unos troncos de madera donde se apoyaban, como dejados caer, los collares y correas de paseo para los perros. La decoración daba el aspecto más de una tienda de artículos de caza que de una clínica veterinaria, pero, sea como fuere, era evidente que se trataba de un comercio relacionado con animales de compañía. Esa tarde llamaron al timbre y al abrir la puerta entró un hombre, no muy alto, de mediana edad, vestido con traje y corbata que entró mirando a los lados como buscando algo.
—Buenas tardes —saludé— ¿En qué puedo ayudarle?
Él me contestó sin casi dirigirme la mirada. Seguía buscando Dios sabe qué entre los sacos de pienso para cachorros:
—Buenas tardes. Quería un grifo de ducha, pero de esos que permiten regular la temperatura del agua.
Me quedé perplejo. Después de unos años de trabajo cara al público uno aprende a no sorprenderse por nada, pero cuando esto ocurrió yo apenas llevaba trabajando un par de años y todavía era un novato en cuanto a la complejidad humana.
—Lo siento pero creo que se confunde…
—No, no me confundo. Mi vecino tiene uno y se que existen, puedes poner que el agua te salga a la temperatura que quieras.
—No quiero decir que se confunda en eso. Lo que intento decirle es que se confunde de local. Esto es una clínica veterinaria. Aquí no vendemos productos de fontanería.
El cliente me miró por primera vez y su mirada parecía decir “el que te confundes era tú. Claro que vendéis grifos de ducha” En lugar de eso dijo:
—Como que no. Y paseó la mirada de lado a lado de la tienda buscando algo para demostrarme que yo estaba equivocado y que realmente sí vendía productos de fontanería. Como es normal sólo encontró comida para perros y gatos, juguetes y golosinas. Yo esperaba pacientemente a que se diera cuenta de su error y con un “lo siento” abandonara el local. En lugar de eso pasó al ataque.
—Pero antes aquí había una tienda de fontanería.
—Creo que se confunde nuevamente, antes aquí había una academia de baile.
—Pero antes…
—Antes había una óptica
—Antes…
—Una tienda de golosinas y antes hubo una carpintería. Creo que aquí nunca hubo una tienda como la que busca usted.
—Sin embargo estoy seguro de que aquí, hasta hace poco, había una ferretería.
No me interesaba seguir con la discusión de modo que decidí atajarla.
—No se lo que usted creía, y estoy dispuesto a admitir que tiene usted razón y que antes había una ferretería. Pero lo cierto y verdad es que ahora mismo esto es una clínica veterinaria y salvo que usted tenga algún animal enfermo o desee comprar algo para su mascota esta conversación debe terminar aquí.
Para dar más énfasis a mis palabras pulsé el botón que abría la puerta de la clínica para que el zumbido actuara a modo de punto final. Funcionó ya que el cliente dijo un escueto “está bien” y se dirigió hacia la puerta, cuando ya estaba a medio salir con la puerta entreabierta se giró, me miró y me preguntó muy serio:
—Pero entonces ¿Tampoco va a recibir de esos grifos especiales?
Me rendí. He de reconocerlo, aquél hombrecillo vestido de traje pudo conmigo, así que transigí y dije suspirando:
—No, no vamos a recibir.
—Pues podía haber empezado por ahí —dijo a modo de despedida al tiempo que se cerraba la puerta.

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